Charo Izquierdo

Madrid visto por Charo Izquierdo

Madrid visto por Charo Izquierdo

firmado por charo izquierdo – periodista & escritora

Madrid es mi gatera.

Me escapo por su puerta de Alcalá, mírala, mírala, y de pronto me siento tan viva como una ardilla, tan libre como una mariposa. Bajo sus alamedas y me cuelo por el bulevar que aterriza en la explanada del Museo Nacional Thyssen Bornemisza, donde encuentro mi buen sol en invierno y alguna sombra en verano. ¡Aún no he dicho que soy gata!

Bromas aparte, hija y nieta de madrileños, mi memoria personal y astral es la de un Madrid que ha despertado y me ha despertado y con el que mi compromiso podría decir que es casi matrimonial, aunque escarcear a veces resulte necesario para reconocer más si cabe su valía y la necesidad de la relación.

MADRID: LUZ & lIbertAD

Dime Madrid, y te diré luz. La de primavera que suena a pájaros. La de verano que huele a su playa inexistente. La de otoño que sabe a hierba. La de invierno que toca el corazón. Se diría que cuando el creador decidió crearla exclamó que se hiciera esa luz que ni siquiera de noche duerme.

Dime Madrid, y contestaré libertad. Por cierto, que en la calle del mismo nombre pasé muchas horas en su extinta academia de baile Karen Taft, que en la actualidad he cambiado por las barras y los espejos de El horno, en  el barrio que habito y me habita de Lavapiés. Decía libertad, y no yerro. Porque mi ciudad no pregunta, no juzga, ni critica. No ritualiza más que el buen rollo sin estridencias.

PLANES FAVORITOS EN MADRID

Pienso en Madrid y le dedico un hashtag de amor, #mimadrid , que es tanto y tan variado, que podría cambiar por #todomimadrid . El de la casa familiar en aquel distrito de aquel visionario arquitecto y urbanista, por cierto también periodista, Arturo Soria, por cuyos centenarios pinos y cedros paseé mi adolescencia escolar. Y me emociono. Como me emociona, impresiona y a veces molesta la evolución hacia la grandeza de la Aravaca de la familia elegida.

Me gustaría vivir en el barrio de Salamanca para no salir del Mercado de La Paz, para ir “de escaparates”, como decía mi madre, y luchar contra la llamada de permanentes tentaciones consumistas o quedarme más tiempo que de costumbre en mi club Matador. Y en Justicia para sentirme un poco francesa -apuesto que es el más gabacho de nuestros distritos-, para perderme por sus innumerables bares y restaurantes e incluso disfrutar de la música y puede que cantar en el Toni 2, de encontrar sitio, para tomar un croissant afrancesado en el patio de la Alliance Française.

O irme a ese otro competencia por cercanía y por la herencia francesa, mi Malasaña querido, siempre identificado con los vecinos de arriba, ahí donde también querría morar para recordar mi primera  infancia, para no salir de su maravillosa e histórica plaza del Dos de Mayo y hacerle el homenaje permanente a la bisabuela Rosario y a mi adorada madre, a amores pasados y presentes y llenarme de arena en la playa situada en los bajos del Ojalá.

Pienso en mi ciudad y me identifico con su movida continua, una genética que nos hermana como si el tiempo, nuestro tiempo, fuera a acabarse antes de ídem, siempre corriendo. Como nos hermana esa hiperactividad no tratada, enfermedad o virtud que nos hace vivir tan vivas, fieles a nuestro carácter y a la personalidad adquirida. El movimiento que nos une y a veces nos invade nos convierte en gente y calle siempre en construcción, siempre en crecimiento, pensando hoy cómo seremos mañana o pasado mañana, con la noble ambición de mejorar ética y estética.

vida de barrio en madrid

Digo Madrid y digo barrio. Porque “in Madrid we call it” vida de barrio, y como vidas hay muchas, barrios también. Nos cruzamos de uno a otro como lo hacemos de acera, como traspasamos los túneles a la velocidad del metro. O a la del paso. Porque la ciudad se deja andar, plana y especialmente por su centro tan peatonizado. Personalmente, cruzo casi a diario de Lavapiés a las Letras, casi siempre de paso hacia otros lugares de trabajo o de ocio. Aunque procuro que otros los crucen para llegar hasta mí.

Para presumir de cine Doré, de japonés Yokaloka, en el Mercado de Antón Martín, y tomar después un café en Tornasol, cuyo propietario “tintinea” a modo de profesor. A veces para vagabundear hasta la docta casa que es el Ateneo y disfrutar de sus innumerables actividades, o para unas cañas -tan madrileña costumbre- en cualquiera de sus bares, casi todos con nombre de “casa”, seguramente como declaración de principio, o para cotillear la oferta de Pardo, ese otro lugar que me une con mi escarceo santanderino.

madrid es cultura

Digo Madrid y deletreo cultura. Y me pierdo por La Central, escribiendo mentalmente la carta de deseos literarios que a veces convierto en realidad. O determino cada semana ir a un Museo -lo que no siempre cumplo-, que me hace vibrar y deambular especialmente entre el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía, aunque en verano la casa Museo Sorolla se me antoja oasis. Y recuerdo mis tardes de adolescente tardía escuchando música en la Fundación March, otro oasis en cualquier etapa del año. Madrid-Broadway pienso y digo para mis adentros cuando perdida por la Gran Vía, que cada vez pongo más de relevancia, descubro la oferta de musicales que son más que leyenda urbana.

Parafraseando a Machado, mi infancia son recuerdos de un parque de Madrid, que son en realidad más que uno, que son pulmón, que hacen ciudad sostenible y más limpia de lo que le correspondería por su actividad, su motorización y gentío. Del parque del Oeste, al Retiro, sin despreciar Sabatini ni ese descubierto en la edad tardía de la Quinta de los Molinos, famoso por sus almendros en flor, que nos baja a tierra y nos recuerda los ancestros de villa y vida agrícola de la capital.

Hablando de recuerdos, vuelvo a mi primera juventud y a aquella publicación tan sublime que creó y dirigió Oscar Mariné, y en la que incluso hice pinitos literarios, Madrid me mata, y grito ¡Madrid me resucita!