Cristina Altozano

Madrid visto por Cristina Altozano

Madrid visto por Cristina Altozano

firmado por CRISTINA ALTOZANO – jefa de estilo de vida en elle & cONTENT EDITOR DE ELLE GOURMENT 

Nací en Madrid el año que Indira Gandhi fue elegida Primera Ministra de la india, la Real Academia de la Lengua Española admitió los vocablos historicismo, alunizar y audiovisual y Raphael representaba por primera vez a España en el festival de Eurovisión con ‘Yo soy aquél’. El mismo año que venía al mundo Cindy Crawford y moría Giacometti. Soy hija de andaluces y, pese a haber bailado (con muy poca gracia) más sevillanas que chotis, me siento madrileña al 100%, aunque me tira irremediablemente el sur (y, mucho, muchísimo, el norte).

Lo que más me divierte del mundo es salir, patearme una ciudad, descubrir lugares nuevos con un ‘algo’ diferente y compartirlos con los demás. Tengo el enorme privilegio de que, en mi caso, afición y profesión se entremezclan.

RECUERDOS EN LA CIUDAD

Me crié en el barrio de Chamberí. Mis primeros recuerdos son sesiones dobles de películas de Tarzán en el cine Espronceda, incursiones al puesto de la vieja –como cruelmente llamábamos los ocho hermanos a un minúsculo tenderte que hacía esquina con la calle Alonso Cano y donde una señora de edad infinita vendía todo tipo de chucherías y baratijas– y las calurosas noches de verano escuchando lo último de Julio Iglesias, el cantante favorito de mi madre.

Tuve la suerte de que mi adolescencia coincidiera con la Movida. Crecí con una libertad absoluta y, entre otros privilegios, no tenía hora de vuelta a casa. Mi primera juventud fue un poco alocada. Así que mis recuerdos son noches de sábado en Tartufo, algún concierto en Rockola, música de Radio Futura y sus playas ardientes, los Zombies buscándote en Groenlandia o Alaska y sus mil campanas sonando en El Cascanueces, la Vía Lácetea o La Fábrica de Pan. También las primeras películas en VO en los Alphaville o unas pellas memorables en el zoo donde convencimos al cuidador del elefante bebé para darnos un paseo sobre su lomo a lo largo y ancho del recinto.

También recuerdo que fumábamos en el metro, se aparcaba en las aceras, llamábamos al sereno cuando perdíamos las llaves y nos sabían a gloria bendita los trifásicos – unos bocadillos de jamón, tomate y queso que vendía en la parte trasera de su moto, cuando despuntaba el amanecer, un avispado emprendedor– a la salida de la sala El Sol.

Nos empapábamos de flamenco en Casa Patas, merendábamos sándwiches de pollo y tartaletas de limón a Embassy, recorríamos las animadísimas terrazas que salpicaban la Castellana los fines de semana y no perdonábamos un chocolate con churros en San Ginés a la salida de Joy Eslava.

Madrid era una fiesta. Acogedora, abierta, alegre. Como ahora. En eso no ha cambiado.

ACTUALIDAD 

He sido testigo de la transformación que, poco a poco, ha ido sufriendo Madrid. De cómo se ha convertido en un lugar sofisticado y cosmopolita, sin perder el casticismo y la autenticidad. De como áreas casi marginales se han convertido en epítomes del lujo, en ejemplos de urbanismo vanguardista y atractivos no solo para turistas, sino para los propios madrileños. Me vienen a la cabeza la zona de Canalejas o la renovación de la Plaza de España.

Ahora vivo en el centro, en el barrio Universidad, al otro lado de Malasaña. En la ‘rive gauche’ de San Bernardo, como lo llama con mucho humor una amiga. Un barrio emergente, que he ido viendo florecer en los últimos años.

Mi calle, Noviciado, hasta hace muy poco era anodina, sin una gracia particular. De un tiempo a esta parte –además de turistas y curiosos– se ha llenado de todo tipo de negocios. No es una calle muy grande pero en un espacio bastante reducido conviven locales a cada cual más apetecible y singular. Acre, un mercado amish con productos de primera a granel y corner de flores está pegado a Sweet Studio, donde una coreana formada en el Cordón Bleu de París borda la repostería asiática y francesa. No muy lejos, se encuentra la tienda de vinilos Marilans, que también organiza presentaciones que provocan colas enormes. A su lado, en El Lugarcito, se puede disfrutar de un delicioso menú del día en su terraza secreta. Si eres de los que comen a deshora, acércate a Brunchit, un coqueto local con brunch non stop. Además de todo esto, tenemos una mercería centenaria, una iglesia protestante de estilo neomudéjar, el Bar la Gloria, de cocina casera sin pretensiones, una frutería con productos top, una barbería hípster, una peluquería cubana y un pequeño ultramarinos regentado por unos sudamericanos encantadores que nos salva la vida a muchos vecinos. Estoy segura de que me estoy dejando algo….

Me encanta esta vida de barrio, con la sensación de vivir en un pueblo, una especie de oasis en mitad de una gran urbe que bulle de actividad.

FAVORITOS DE MADRID

Mi lista de lugares preferidos sería interminable. De Madrid, (casi) todo me gusta. Me encanta llevar a mis amigos extranjeros a lugares fuera de lo común, que difícilmente encontrarían en otra ciudad. San Antonio de los Alemanes, una pequeña iglesia en la Corredera Baja de San Pablo es una joya totalmente recubierta de pinturas murales que se cuenta entre los imprescindibles. Con La Venencia, ‘el consulado de Jerez en Madrid’, acierto siempre. Se trata de un bar antiguo, algo oscuro, con muchísimo encanto y una barra de madera donde aún toman nota de los pedidos con tiza. Tan solo sirven jereces y raciones de queso y chacinas.

Recientemente he incorporado en mi ruta el ‘Rascainfiernos’, el originalísimo estudio que construyó el arquitecto Fernando Higueras bajo tierra, hoy sede de la fundación que lleva su nombre. La visita guiada es una pequeña lección de arquitectura. Casa Salvador (una rara avis en el corazón de Chueca) y Café Murillo (junto al Jardín Botánico), forman parte de mi circuito habitual los fines de semana. Si nombro mis museos preferidos –obviando el trío de ases: El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía– me quedo con el Sorolla, ubicado en la preciosa casa con jardín donde vivió el pintor, en la calle Martínez Campos y el Lázaro Galdiano y el Cerralbo, dos extraordinarios palacetes donde admirar exquisitas de pinturas, mobiliario y artes decorativas.

No me canso de recomendar una visita a las Descalzas Reales, al Convento de la Encarnación y a la casa de Quevedo, tres planes únicos que dejan huella. Y hablando de planes que dejan huella, uno de mis planes favoritos cuando llega el verano es una cena ‘al fresco’ en el jardín del hotel Santo Mauro, de los más bonitos de Madrid. O en Villa Verbena, al borde del lago de la casa Campo, nuestro Lago Como versión castizo.

La ciudad es un paraíso para gastrónomos, gourmets y disfrutones. Casi cada día abre un nuevo restaurante. Mis últimos descubrimientos han sido Allegra, un coqueto italiano en la calle Velázquez y El Club Financiero, un espacio foodie en el rooftop del edificio Colón, con vistas espectaculares 360 grados, a cargo del chef Nino Redruello, que se ha unido para esta aventura al grupo Azotea.

Imposible no mencionar a algunos de nuestros grandes chefs: Paco Roncero, en la Terraza del Casino; Dabiz Muñoz, en DiverXo (o StreetXo y RavioXo, en su versión asequible); los hermanos Sandoval, en Coque, Coqueto y Qú; Diego Guerrero en Dstage y Speakeasy, Quique Dacosta en su flamante Deesa, en el hotel Mandarin Oriental Ritz, Dani García, con su Brasserie (en el ático del Four Seasons con sus vistas de infarto), Lobiito de mar y Bibo (con una deco espectacular) o Ramón Freixa, que crea maravillas culinarias en el hotel Único.

¿pOR QUÉ MADRID ES CAPITAL DE MODA?

Yo diría que es un destino perfecto, el lugar al que todos quieren venir, donde la gente sueña con vivir. Es un ejemplo de capital manejable que cuenta con una vida cultural inabarcable, una gastronomía de primera y para todos los gustos, una oferta única de ocio y tiendas con horarios muy flexibles y unos habitantes que te acogen con los brazos abiertos. Y para colmo, disfruta de un clima excepcional y puede presumir de uno de los cielos más bonitos del mundo.